El hombre, morada de Dios.
Durante siglos Dios ha buscado a un pueblo y profetas, reyes y mendigos, para habitar en nuestra historia. En la plenitud de los tiempos una muchacha, María de Nazaret, le dio nuestra carne y nuestra sangre. Toda la Biblia nos habla de la pasión de Dios por entrar en comunión con sus criaturas.
Tal vez no tengo más para ofrecerle que un techito de motacú, no virtudes ni méritos especiales, pero sé que Él desea ardientemente que le abra el corazón: Sin su presencia la casa queda vacía, pese a todos los adornos y recuerdos que cuelgan de las paredes. El nos salva de una vida sin corazón, de palabras y acciones que no son más que máscaras, tan frecuentes en la actualidad.
Ilumina, Señor, con tu presencia, mi cielo, mis días, los rostros de mi vida.
SDB Aquilino Libralón, párroco de Portachuelo