SEMANA SANTA


(Extraído de la Enciclopedia católica)
El Oficio Divino y las misas celebradas durante la Semana Santa no difieren notablemente del Oficio y misas de otras temporadas penitenciales ni de las de la Semana de Pasión. Pero ha sido tradicional en todos los templos rezar los maitines y laudes a cierta hora de la tarde o noche del día anterior, de modo que pueda asistir el mayor número posible de fieles. El Oficio en si mismo es de un tipo muy primitivo en el que no se incluyen himnos y ciertas fórmulas suplementarias, pero el detalle exterior más notable del ritual, aparte del hermoso canto por el que las Lamentaciones de Jeremías son proclamadas como lecturas, es el de apagar gradualmente, mientras avanza el rito, las quince velas en el Túmulo de Tinieblas, o candelero triangular. Al fin del Benedictus de los laudes sólo queda encendida la vela superior, tipificando a Jesucristo, para ser retirada posteriormente y escondida tras el altar mientras se canta el Miserere y se dice la colecta. Al concluir, luego de producirse un ruido muy fuerte, que representa la convulsión de la naturaleza ante la muerte de Cristo, la vela es colocada de nuevo en su sitio y la comunidad se retira. A causa del obscurecimiento paulatino, esta ceremonia se ha conocido, desde el siglo IX, o quizás antes, como "Tenebrae" (tinieblas). Las Tinieblas se entonan en la noche del miércoles, jueves y viernes, con antífonas y lecturas propias que varían cada día. El Jueves Santo, cuyo nombre en inglés esMaundy Thursday, derivado de la primera palabra- mandatum- del Oficio del lavatorio de los pies, se conoce en las liturgias occidentales como "In coena Domini" (en la cena del Señor). Esta ceremonia constituye la parte central del día y es la más antigua de cuantas tenemos registradas explícitamente. San Agustín nos informa que ese día la misa y la comunión seguían a la cena, y que en esa ocasión no se ayunaba para recibir la comunión. La concepción original de la fiesta sobrevive hasta el día de hoy, al menos en el aspecto de que el clero no celebra misa individualmente sino que se le pide que comulguen junto con la comunidad cristiana, como comensales ante la mesa. La liturgia, vista como conmemoración de la institución del Santísimo Sacramento, se celebra con ornamentos blancos, en medio de cierta alegre solemnidad. Se canta el "Gloria in excelsis", durante lo cual se tocan todas las campanas, que luego permanecerán calladas hasta que se escuche el "Gloria" de la Vigilia Pascual el Sábado Santo en la noche. Es probable que el silencio de las campanas y la remoción de las velas, de las que se habló en el rito de tinieblas, deben remontarse a la misma fuente: un deseo de expresar exteriormente la sensación de duelo de la Iglesia durante las horas de la Pasión y sepultura de Cristo. La costumbre de guardar silencio durante esos tres días data por lo menos del siglo VIII, y en el mundo anglosajón se les conocía como "días quietos". Pero la vinculación del comienzo de este silencio y el toque de las campanas durante el Gloria sólo se hace visible en la Edad Media. En tiempos más recientes, la atención se centró en la reserva de una segunda hostia, consagrada en esa misa, para que sea consumida en la ceremonia de los "presantificados" el siguiente día. Dicha hostia es llevada en procesión solemne a un "altar de reposo"adornado con flores y alumbrado con multitud de velas, mientras se canta el himno "Pange lingua gloriosi corporis mysterium". En lo tocante a la consagración de hostias adicionales con objeto de guardarlas para la "misa de los presantificados", se debe decir que esta costumbre es muy antigua, mientras que los rituales que hoy día se celebran minuciosamente ante el altar son de más reciente creación. Un honor parecido se tributaba, durante el final de la Edad Media, al "Sepulcro oriental", pero ahí el Santísimo Sacramento se guardaba, más comúnmente, desde el Viernes al Domingo, o por lo menos hasta el Sábado en la noche, imitando el reposo del cuerpo de Cristo en la tumba. Para ello el jueves se consagraba una tercera hostia. En el así llamado "Sacramental Gelasiano", que probablemente represente las costumbres del siglo VII, se señalan tres misas distintas para el Jueves Santo. Una de ellas estaba relacionada con el orden (ritual) de la reconciliación de los penitentes (Véase MIÉRCOLES DE CENIZA), que por muchas generaciones permaneció como un detalle notable de las ceremonias de ese día y aún se conserva en el Pontificale Romanum. La segunda misa era la de la bendición de los Santos Óleos, una función importante que aún se conserva en las catedrales hasta nuestros días. Finalmente, el Jueves Santo siempre se ha distinguido por el ceremonial del mandato, el lavado de los pies, en memoria de la preparación de Cristo para la Última Cena, lo mismo que la remoción de los manteles del altar y su limpieza (Véase JUEVES SANTO).
El Viernes Santo presenta hoy día una variedad de elementos distintos reunidos en una sola celebración. Antes que nada tenemos la lectura de tres grupos de lecturas seguidas de "oraciones de petición". Con toda probabilidad esto representa cierto tipo de ritual no litúrgico, muy antiguo, cuyas más extensas expresiones están en las liturgias ambrosiana y gálica. El hecho de que la lectura del Evangelio corresponda a toda la pasión según San Juan es simplemente el detalle accidental de este día. En segundo lugar está la "adoración" de la Cruz, un ritual de parecida antigüedad, cuyas más remotas huellas se han encontrado en la narración de Ætheria sobre la Semana Santa de Jerusalén. Con esa veneración a la Cruz se asocian hoy día los "Improperia" (improperios, reproches) y el himno "Pange lingua gloriosi lauream certaminis". Los Improperios, a pesar de su curiosa mezcla de latín y griego- agios o theossanctus Deus, etc.- posiblemente no sean tan antiguos como sugieren Probst y otros. Si bien su antecesor más antiguo se encuentre en el Misal de Bobbio, no fue hasta el Pontifical de Prudencio, quien fue obispo de Troyes de 846 a 861, que ese ritual quedó claramente certificado (Edm. Bishop en "Downside Review", Dic. 1899). En la Edad Media el "arrastrarse a la Cruz" el Viernes Santo constituía una costumbre que inspiraba devoción especial y monarcas santos como San Luis Rey de Francia dejaron ejemplo notable de humildad al llevarla a cabo. El ritual del Viernes Santo termina con la así llamada "misa de los presantificados", que en realidad no es un verdadero sacrificio, sino, en sentido estricto, un simple rito de comunión. Los ministros sagrados, vestidos de ornamentos negros (morados, hoy día), van el altar del reposo para traer las hostias consagradas y, mientras retornan al altar, el coro entona el hermoso himno "Vexilla regis prodeunt", compuesto por Venancio Fortunato. Enseguida se pone vino en el cáliz y se realiza una especie de esqueleto de la misa, incluyendo la elevación de la hostia después del Padre Nuestro. Pero se omiten enteramente la gran oración consacratoria del canon, con las palabras de la institución. En la temprana Edad Media el Viernes Santo frecuentemente constituía un día de comunión general, pero actualmente sólo quienes estén en peligro de muerte pueden recibirla ese día. El Oficio de Tinieblas substituye los maitines y laudes del Sábado Santo, por lo que se cantan en la tarde del Viernes Santo, mientras el templo permanece desierto y ocultos sus adornos; sólo el crucifijo queda sin cubrir. Devociones tales como las "tres horas" del mediodía, o la "Maria desolata" ya entrada la noche, no tienen, por supuesto, carácter litúrgico (Véase VIERNES SANTO). A causa de la irresistible tendencia que se ha venido manifestando a lo largo de los siglos de adelantar la hora de su celebración, la ceremonia del Sábado Santo ha perdido mucho del significado e importancia de la que gozaba en los siglos de la cristiandad antigua. Originalmente se trataba de la gran Vigilia Pascual, o ceremonia de la espera vigilante, que se celebraba en las últimas horas del Sábado y que terminaban casi a media noche. La brevedad de la Misa de Pascua actual, así como de sus maitines, sólo guarda un recuerdo de la fatiga de esa vigilia nocturna con la que se daba fin a las austeridades de la Cuaresma. La consagración del fuego nuevo para alumbrar las linternas, la bendición del cirio pascual, con sus sugerencias de la noche que se convierte en día, y el recuerdo de las glorias de esa vigilia de la que sabemos que ya se celebraba en tiempos de Constantino, para no tener que hacer referencias más explícitas a "esta santísima noche" de la que hace mención la oración y el prefacio de la misa, todo nos hace concluir que es una incongruencia que la celebración se realice en el día, doce horas antes de poder decir, estrictamente hablando, que comienza la vigilia. El ritual de encender y bendecir el fuego nuevo es probablemente de origen céltico o pagano, que fue incorporado al ritual de la iglesia gálica en el siglo VIII. El magnífico "Praeconium paschale" (pregón pascual), titulado por su primera palabra, "Exultet", fue sin duda en sus orígenes, una improvisación del diácono que puede ser rastreado hasta tiempos de San Jerónimo o aún antes. Las profecías, la bendición de la fuente bautismal y la letanía de los santos deben ubicarse en lo que originalmente constituía el centro de la Vigilia Pascual, a saber, el bautismo de los catecúmenos, cuya preparación había sido llevada a cabo durante la Cuaresma, reforzada con intervalos frecuentes a base de los "escrutinios" de los que casi no queda huella en nuestra liturgia cuaresmal. Finalmente, la misa, con su gozoso Gloria, durante el cual se tañen todas las campanas, se quitan los velos a las estatuas y cuadros; los aleluyas triunfales, que marcan cada paso de la liturgia, todo proclama que la resurrección es un hecho. Las vísperas, incorporadas al cuerpo mismo de la misa, nos recuerdan una vez más que la noche estaba originalmente tan llena que no quedaba hora libre alguna para llevar a cabo el tributo diario de salmodia. En sentido estricto, tanto el Sábado como el Viernes santos son "alitúrgicos"; corresponden a los días en que el novio nos fue arrebatado.de ello quedan recuerdos que se manifiestan en el hecho de que, aparte de la muy esperada misa, el clero no puede en esos días recibir la comunión.